Todo, absolutamente todo lo que rodeó a Diego Armando Maradona era pasional. Todo le parecía genial y sabía que el mundo se rendía a su zurda
Nicolau Casaus, quien a sus 17 años en Argentina le hacía de padre adoptivo, consejero y benefactor, hizo un raro tándem que le hizo comprender que su vida no sería sencilla. Había un Diego genial y mágico en cuanta cancha pisara, desatando un entusiasmo en la grada desde el calentamiento.
El Barça de aquel entonces había juntado a un tal Bernd Schuster y al "Pibe de Oro" y las expectativas fueron superlativas. La sola imagen del teutón y Diego en la misma habitación del hotel de concentración era el bien y el mal: el alemán buscando dormir, y el crack yendo a divertirse. No siempre los cracks del fútbol enganchaban con él. Como me dijo un buen amigo uruguayo charlando de esto, este nefasto 25 de noviembre: "o lo amás o lo odiás". Así, era Diego.
Agradecido en todo el sentido de la palabra. Repartía dinero, invitaba a periodistas a su casa pero también fue capaz de hacer que se cambiaran hábitos y horarios de los entrenamientos.
Hizo milagros, por eso es dios (que lo diga un argentino), se hizo el más grande en Italia con el Nápoles revelándose a los ricos y aristocráticos equipos del Norte de la Serie A y su pletórico mundial de México-86, reflejó la determinación y ambición que duró 60 años. Muy poco para todo lo que dio.
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‘El gol del Siglo’ y ‘La mano de Dios’ a Inglaterra desbordó el llanto de alegría a un país que estaba en declive en todo, menos en la camiseta albiceleste que Diego tanto amó.
Su dejadez acabó con su salud y su imagen ante el mundo, no sin antes enseñar su faceta más revolucionaria de la izquierda de Latinoamérica.
Su vida fue tan grande con el balón como inestable sin la pelota. Aquel ‘cebollita’, como le dicen al "compotica" en una Argentina repleta de lágrimas, soñó con reinar y hacer feliz a su país. Vaya que lo logró. Pero también hizo llorar a la pelota que tanto amó y que tanto le dio. El deporte, el fútbol, el mundo entero llora... Pero la pelota, aquella que dijo una vez que "no se mancha" tiene sus ojos hinchados de lágrimas porque Diego se fue.
Dios necesitaba en el cielo un jugador diferente... Y se llevó a un 10.