Eran las 12:00 a.m. cuando llegué a la estación de servicio Móbil I, en Puerto Ordaz. No tenía ni idea de cuántos vehículos había, pero por el lugar donde quedé y los carros que ya había visto, pude deducir que eran más de tres kilómetros de cola. No pasaron ni cinco minutos cuando otros conductores llegaron.
Lo primero que hice fue bajarme, junto con mi hermano, a conocer a los otros conductores. Todos ya habíamos hecho una inspección por al menos dos estaciones de servicio más, y todas, absolutamente todas, ya tenían colas kilométricas a esa hora, a pesar que supuestamente no se permitirían las colas nocturnas y debían comenzar a las 4:00 a.m.
Los que estaban al menos en los primeros 100 o 200 puestos, habían llegado entre las 7:00 p.m. y 8:00 p.m. del miércoles, para surtir el jueves. ¿Qué hicieron? Se estacionaron en lugares cercanos, para en lo que avanzara la noche, formarse en cola.
A las 1:00 a.m., volvimos al carro y nos acomodamos, cada uno con su almohada y suéter. También llevé pan, agua, unos caramelos y pastillas para el dolor de cabeza. Sabía que la jornada no sería fácil.
“Esto no se aguanta”, “Hay que reír para no llorar”, “Hoy las colas están peor que nunca”, eran algunos de los comentarios.
El gobernador Justo Noguera Pietri ya había confirmado que llegaría combustible a todas las estaciones, y en esta en particular tres gandolas, para un total de al menos 60.000 litros. Eso nos daba algo de esperanza de que la cola no sería en vano, pero mi molestia era la misma: ¿Por qué dormir en el carro, de noche, en una avenida, para surtir 30 o 40 litros de gasolina?
Se suponía que temprano empezarían a surtir, pero eran las 9:00 a.m., y la cola no avanzaba. “Se están coleando adelante”, fue lo que pensé, ya que es una de las denuncias que he recogido en coberturas anteriores; militares o funcionarios de Gobernación dando prioridad a los suyos o los que paguen en dólares.
Fue aproximadamente a las 11:00 a.m. cuando empezó a avanzar regularmente. Mientras mi hermano se quedaba en el carro, caminé hasta un centro comercial cercano a comprar dos Gaterode y un Doritos, ese fue nuestro almuerzo. El clima, nublado y luego una fuerte lluvia, alivió la espera; pero no fue así con las moscas por la basura en sector.
La cola llegaba a la redoma de Makro, seguía la avenida frente al aeropuerto, cruzaba la redoma de Bauxilum (donde está ubicada la E/S), pasaba por la vía que comunica hacia la autopista Puerto Ordaz-Ciudad Bolívar, para tomar el desvío hacia Matanzas y tomar el elevado que nos conduciría nuevamente hasta la estación, más de cinco kilómetros.
“Nosotros también somos culpables, porque nos la tomamos ligt, unos hacen sancocho, y así no se resuelven los problemas del país”, me dijo Alí Guzmán cuando lo entrevistaba, el único -de los que quiso dar su testimonio- que habló sobre la pasividad que hemos tenido para soportar tal situación.
Las horas pasaban y dentro había una angustia. ¿Alcanzará la gasolina? Camionetas y motos de la Policía del estado Bolívar y Sebin pasaban frecuentemente, y en una oportunidad apareció el mismísimo Noguera Pietri para anunciarnos: “Tranquilos, ya llegó la gasolina, ya van a echar, no se preocupen”.
Esas palabras, garantizarte gasolina, fue como un dardo tranquilizador. Vi a muchos sonreír y bromear, pero sí, nos dio la esperanza de que sí, tendremos gasolina, al menos por hoy.
Ya medida que nos acercábamos a la estación, era como ver la luz nuevamente. Salía de allí a las 4:15 p.m. frustrada, más de 16 horas en cola para que nos ofrecieran 40 litros, y arbitrariamente el bombero solo surtió 30, a pesar de que el marcador tampoco daba ese número, e incluso, pasaron descaradamente a un vehículo sin hacer cola.
Bien, ya tenemos gasolina, pero el plan, como el de la mayoría, es el mismo: movilizar el carro lo menos posible, ir a lugares cercanos, a menos que sea una emergencia. Toca seguir caminando o usar transporte pública, que cada día es más caótico.