Los pisos llenos de orina y heces son la antesala. Caminar por los pasillos del Hospital Psiquiátrico de Caracas, ubicado en Lídice, da grima, miedo y dolor. No hay una pared del lugar que este limpia y el olor es nauseabundo. Describir lo que vimos al ingresar cuesta.
Excremento por donde quiera que se mire, incluso en paredes con escritos hechos por quienes fueron dejados a su suerte y permanecen en el servicio 1. Los baños abarrotados por la falta de agua, papeleras desbordadas de desechos reflejan el abandono, la desidia y la indiferencia de un régimen que decidió dar la espalda a la crisis.
La tragedia de los 30 pacientes que permanecen recluidos es compartida. Enfermeras y trabajadores también la sufren, quizás más que ellos, que pierden la lucidez por la ausencia total de medicamentos que agudizan sus cuadros de psicosis, depresión y esquizofrenia.
Detrás de una reja encontramos a un joven de 25 años. Su papá lo llevó por golpearlo salvajemente. «Mi papá me trajo. Yo le pegué porque él le pegó a mi mamá, pero yo le pedí perdón, yo quiero irme de aquí» nos dijo.
Este paciente permanece junto a otros tres en un cuarto oscuro, iluminado a duras penas por la luz del sol, todos con la mirada perdida, sin consciencia de lo que pasa a su alrededor. En ocasiones se muestran agresivos, se golpean entre ellos y a quienes los atienden y se encargan de alimentarlos día a día con el mismo menú. Lentejas, arepa, agua de arroz y pasta sola.
Cada imagen recogida en nuestro recorrido es aún más dura. En una de las habitaciones del servicio 3 estaba José, arropado con un cubrecama de cuadros azules. Llegó a Lídice remitido de San Juan de los Morros. Su pie izquierdo está contaminado por una infección que nunca ha sido atendida. Su sangre mancha el piso y se une con sus heces. Las moscas revolotean en ese festín de bacterias y suciedad. El hombre grita, se queja y nos pide dinero para comprarse un pan.
«A mi nunca me atienden. Me echan un agua ahí, que no me cura. Quiero que me den algo para que no me duela tanto».
Yaneth Contreras relató que si de día el hospital es un caos, de noche es aún más tenebroso. La oscuridad se acompaña de gritos, de voces de pacientes atormentados por recuerdos y trastornos sin atención.
Denunció frente a la puerta de emergencia que solo tienen agua para limpiar las áreas de trabajo. La lencería que donan los pocos familiares que visitan el lugar debe ser desechada porque desde hace meses no tienen jabón para lavarla.
¨Yo tengo 35 años de servicio en este hospital y lo que estamos viviendo hoy es doloroso. No tenemos nada. La comida que le damos a los pacientes no tiene sal, ni aliños. Nosotros velamos por ellos y es duro¨.
Con pancartas clamando ayuda los trabajadores del hospital psiquiátrico protestaron este jueves. Pese al amedrentamiento de colectivos y funcionarios de la Policía Nacional, rompieron el silencio. Denuncian que Guillermo Batista, director del centro, conoce el estado en que se encuentra y no mueve un dedo para mejorar las condiciones.
Señalar a quienes denuncian como ¨escuálidos y guarimberos¨ pareciera ser la salida más fácil. Asumir la incompetencia sería un acto de humildad. Enfermeras y médicos piden que se vaya o entienda que hay pacientes con enfermedades psiquiátricas que merecen ser tratados como seres humanos.