Esta columna se iba a llamar «Las terribles consecuencias de reírse de Jorge Rodríguez», pero la espantosa muerte en cautiverio del capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo me obliga a cambiarla.
Este es un domingo de horror en Venezuela. Nuevamente, como con Oscar Pérez, con Fernando Albán, o, yendo hacia atrás, con aquellos jóvenes supuestamente quemados con lanzallamas en el fuerte Mara, en 2003, el régimen chavista (nos) demuestra su absoluta falta de humanidad, su convicción de que para permanecer en el poder, todo vale.
La columna que finalmente quedará en el tintero decía que cada vez que Jorge Rodríguez presenta una de sus conspiraciones de corte y pega, todos nos mofamos (porque están hechas para eso); pero que justamente esa condición hace que obviemos que detrás de cada «denuncia» del psiquiatra Goebbels hay carcelazos, hay torturas, hay exilios: vidas destruidas, pues, por un sistema judicial (que no de justicia) hecho para aplastar cualquier atisbo de disidencia, especialmente si esta es militar.
Pero el testimonio de la viuda de Acosta Arévalo, la desaparición del cadáver, el juez militar mandando al hospital a un detenido sin siquiera preguntarse por qué estaba en esas condiciones… Es demasiado, en verdad.
La venezolanidad duele este domingo.
Me perdonan la primera persona, pero desde que supe lo ocurrido con Acosta Arévalo (a juzgar por su edad, un hombre que ingresó a la Academia Militar cuando ya lo que conocemos como «revolución bolivariana» tenía el poder), estoy recordando a una persona muy concreta: a Ramiro Valdés, alias Charco ‘e Sangre, el jefe del G2, el tenebroso servicio de inteligencia cubano.
Como en tantos otros aspectos de nuestra tragedia nacional, Nicolás Maduro se ha limitado, en esto, a ser consecuencia. Con entusiasmo, como un ornitorrinco, que no entiende a qué juega ni por qué, pero sigue haciéndolo.
Pero el que invitó a Venezuela, en 2009, a Charco ‘e sangre fue Hugo Chávez. Ya por aquel tiempo, sabía que llegaría el día en el que la precitada farsa histórica solo iba a poder sostenerse manu militari, aunque todavía no sabía que él no estaría para llevar a cabo la represión brutal. Sospecho que salivaba cuando lo imaginaba..
Vino Charco ‘e Sangre y desde entonces no ha dejado de venir. Con él ha venido un cambio brutal en las politicas de derechos humanos. Llegaron las «avispas negras», llegó todo el sistema de sapeo en los cuarteles, vinieron los guardias nacionales dispuestos a arrollar con tanquetas.
Con él también vino, el mismo nefasto año (el que se aprobó ilegalmente la reelección indefinida), el nefasto convenio firmado por Luisa Estella Morales (otra a la que hay que llevar a la justicia, esta sí de verdad, cuando esta pesadilla termine) entre los tribunales supremos de Venezuela y Cuba, que ha convertido a nuestro país en un estado policial en el que la primera bala la tienen los tribunales y la última, el Dgcim o el Sebin.
Según han dicho algunos voceros de la oposición, la presencia de agentes cubanos en la Dgcim sería la razón para las torturas a Acosta Arévalo. Estas almas bienintencionadas creen que no hay venezolanos capaces de llevar a cabo esa tarea.
No estoy tan seguro de que eso sea así, pero, en todo caso, si fueran los cubanos los que torturan, y no los venezolanos, eso no descarga de culpas a la Fuerza Armada Nacional. Al contrario, se las agrava, porque a su violación contumaz de los derechos humanos agrega la Traición a la Patria, así de simple. Con mayúsculas.
Cada cierto tiempo, desde 1992, me asalta una duda: ¿cómo militares como Ochoa Antich, Peñaloza, Muñoz León, permitieron estudiantes de la Academia Militar como el propio Chávez, como Diosdado Cabello, como Pedro Carreño? Y a esa duda, le sigue otra: ¿qué clase de psicópatas estarán ingresando hoy allí?
Jorge Rodríguez es hijo de un hombre torturado hasta la muerte. Lo sabemos todos. Él y su hermana, vicepresidenta del régimen que mató a Acosta Arévalo. ¿Cómo pueden consentir, formar parte, de algo así? ¿No saben que la Historia es una rueda, y que sus vueltas suelen ser demoledoras? ¿No les quedó nada de haber estudiado en la UCV, la casa que vence las sombras? ¿O es que en sus sombras no hay ninguna posibilidad de que entre luz, de tanto daño que les hicieron?
¿No saben que los hijos de Acosta Arévalo son ellos mismos, hace cuarenta años?
Y las preguntas se agolpan. ¿Cómo esto no produce una fractura en el madurismo? ¿Cómo la muerte de Acosta Arévalo no termina de producir algo en los que dirigen la Fuerza Armada, y en cada uno que sepa que su uniforme está manchado con la sangre de uno de sus compañeros? ¿Saben que todo el que no se manifieste hoy ante tanto horror, es cómplice?
Como dije al principio. Este no es un buen domingo.
Y no busquemos culpables afuera, que, como les muestro en esta columna, esta dictadura fue construida por muchos, y muy entusiastas, (mal)nacidos en esta ribera del Arauca vibrador.