En un escueto comunicado de apenas cinco párrafos, Ña Michelle Bachelet, expresidenta de Chile y actual comisionada de la ONU para los derechos humanos, ha comunicado que viene a Venezuela. Que la visita será la próxima semana, y que bueno, más o menos se reunirá con todo el mundo, pero se reunirá mucho más con el régimen de Maduro que con la escarnecida oposición venezolana.
Por su posición política, Bachelet está bajo permanente estado de sospecha. Dos veces mandataria de izquierda, con nexos orgánicos cuando fue mandataria chilena con un chavismo que ha probado ser corrosivo incluso para sistemas políticos tan transparentes como el uruguayo, nadie puede esperar, de entrada, la mayor imparcialidad.
Pero cuando Bachelet anuncia que vendrá a Venezuela «a invitación del Gobierno», y cuando equipara a la espuria Asamblea Nacional Constituyente con el legítimo parlamento nacional, el arqueo de cejas llega a la nuca. Por ahí, perdido, dice que se reunirá «con el presidente de la Asamblea Nacional y otros legisladores».
Todo sea dicho, el primer informe de derechos humanos sobre Venezuela de la gestión de Bachelet, sin duda bajo la influencia del equipo de supervisión del país designado por su predecesor, el saudí Zaid Ra’ad Al-Hussein, fue demoledor para el régimen. Nada, por cierto, diferente a la realidad, sin intentos de amaño, aunque sí conservando el lenguaje diplomático indispensable para un organismo de la ONU.
Pero el comunicado en el que se anuncia la visita de Bachelet tiene tanto sesgo político, que inmediatamente ha generado una ola de reacciones (al momento de escribir esta nota, aún no se descarta la de Miguel Bosé).
Por supuesto, la de esa campeona de la democracia venezolana que se llama Beatriz Becerra; la de La Causa R; la de otros voceros que señalan, atinadamente, que con semejante comunicado inicial, lo que se espera, por necesidad, no es bueno.
Tampoco lo es que en este momento, tanto el régimen de Maduro como el presidente interino Juan Guaidó se atribuyan el mérito. Jorge Arreaza, canciller del régimen, señala que invitó a Bachelet en 2018, lo cual es cierto, pero obvia el detallazo de que a Al-Hussein le negó sistemáticamente durante años una visita. Y eso tampoco es una buena señal.
El periodista argentino Juan Gasparini, quien cubre la ONU y conversó con Jofrana González, de Caraota Digital, señala que Bachelet aceptó «la invitación de Maduro» (leo y leo y no le encuentro sentido a esta frase) para fundamentalmente cambiarla por dos cosas: la apertura de una oficina permanente de la Alta Comisionada en Caracas (exigencia también de largo aliento de la oposición y de Al-Hussein) y la liberación de un número, por ahora no determinado, de los presos políticos de Maduro.
Si semejante canje resulta mucho para el país y poco para Maduro, o viceversa (porque ese es el estado de las cosas: lo que es bueno para Maduro es malo para el país) lo juzgarán los lectores y finalmente lo dirá el tiempo.
Pero el temor que crece, no solo del comunicado, sino del análisis que hace Gasparini de la visita, es que la ONU se conforme, en su relación con Maduro, con que este comience a portarse un poco mejor, como otros tantos dictadores.
En esa sucia entente que al mismo tiempo lava la conciencia de las almas pudibundas de la izquierda (esa que, está uno a punto de creer, tiene copada, como dice Donald Trump, a la ONU) y permite que los tiranos de toda laya, pero muy especialmente los gorilas «progresistas» sigan masacrando a sus pueblos, pero ya con la bendición de Ña Bachelet y todas las Ña Bachelet de este mundo.
Una Ña Bachelet que, uno tiene que insistir, puede estar tan manchada por la corrupción del chavismo como Tabaré Vázquez, por poner un ejemplo de alguien a quien ya no le queda una sola manera de defender a este régimen que no resulte, cuando menos, sospechosa.
Si este es el escenario, más le vale a quienes todavía creen que la Venezuela de Maduro es un problema se unan en la presión al régimen.
Porque los que abandonan el país en miriadas, los que mueren de hambre, los niños del J. M. de los Ríos, no pueden esperar que Ña Bachelet y quien con su obesa presencia obstaculiza cualquier solución pacífica en Venezuela, se guiñen el ojo por encima del país y de la región, y estabilicen una nueva dictadura en pleno corazón de América, y menos en Caracas, su eterno faro de Libertad.