Tom Monasterios Humorista
Los venezolanos fuimos durante la década de los 80 los reyes de la telenovela. Nuestros “teledramas” eran consumidos en todas partes del planeta. Las historias, con algunas variaciones, eran casi siempre similares: La muchacha humilde y desvalida de buen corazón, que después de ser humillada y despreciada por la familia millonaria, por un golpe del destino (el amor), termina siendo la dueña del imperio que manejaban los prepotentes ricachones que tantos desplantes le hicieron en el pasado.
Es la historia del teniente Chávez y su lamentable secuela.
En la fórmula televisiva, la escena final del matrimonio entre la inocente sirvienta y el joven de familia rica es la regla. En nuestra realidad, ese matrimonio entre el “pata en el suelo” de buen corazón (vestido de verde aceituna y boina roja) y la heredera medio pendeja de la fortuna, llamada en este caso “Puebla”, fue el inicio del evento más desafortunado de nuestra historia: La revolución Bolivariana.
Hay que acotar que competir históricamente con la miseria que dejó la guerra federal, donde el país quedó literalmente hecho un peladero de chivo, va más allá de la ignorancia e impericia. Esto es ya maldad asesina y psicópata. (y sin guerra de por medio).
El problema de nuestras telenovelas es que nunca nos contaron que pasaba después de que la pobre muchacha, o el sin dientes de buen corazón, llegaban a encargarse de la administración del imperio.
Los Venezolanos, empecinados en llevar la telenovela a otro nivel decidimos convertirla en nuestro “reality”. La fortuna administrada por el humilde obrero , termina quebrada, esquilmada por turcos, chinos y rusos; y todos los personajes de la trama quedan mamando y locos.
Somos víctimas de esa fantasía que tanto difundimos por el mundo y divertido sería si uno fuese extraterrestre, pero esa realidad se traduce en números. Millones de venezolanos viviendo como refugiados bajo la pobreza y el hambre.
Desde el inicio de nuestra civilización, mediante la literatura y las artes en general, la humanidad ha suplicado y fantaseado por esa justicia que nos ha negado el universo. La telenovela no es más que otro exitoso vehículo de difusión con una increíble capacidad de penetración e impacto en la masa ignorante y que articula también esa necesidad genética de ver victorioso al justo y al débil.
Ahora vivimos la época donde esa masa elige desde la emoción, desde su universo “sensacional” donde el sentido común, los méritos y el aprecio por el conocimiento han pasado a retiro en la selección de los gerentes políticos. La democracia se ha vuelto un concurso de popularidad donde no gana el más apto, sino el que mejor sintoniza con la mayoría.
Mayoría que salvaría de la crucifixión a Maluma y condenaría a muerte a Mozart sin dudarlo un instante.
Esta novela, nuestro culebrón, que aparentemente entra en su etapa culminante (Te lo rogamos señor) ha sufrido un “twist” en la historia que se sale de la fórmula tradicional. Muchos pensamos que la cenicienta roja rojita, el conductor de autobús que ahora maneja el imperio, contaría con la ayuda mágica de un hada madrina chilena que le lavaría la cara y culparía a la madrastra del norte del fracaso de su hermosa revolución, pues “Muchos” nos equivocamos y el hada madrina levantó su varita mágica para propinarle un reporte que será prueba importantísima cuando algún día estos criminales lleguen a ser juzgados en La Haya.
La camarada Michelle no pudo seguir haciéndose la loca y si se fue de Venezuela con alguna duda, los eventos ocurridos a pocas horas de su partida donde el Capitán Rafael Acosta Arévalo apareció asesinado como consecuencia de torturas aplicadas por el estado venezolano y el horror de un menor de edad que quedará ciego de por vida por la acción desmedida a la que ya estamos acostumbrados de las fuerzas de seguridad del estado, serían un par de víctimas más para ser sumadas a la lista de horrores. Un par de números más en esta ecuación sin fin de miseria y dolor.
Al despejar la X, los resultados de la izquierda, del socialismo, de la muchacha humilde y el obrero administrando el imperio son vergonzosos, criminales y ya no hay manera de ocultarlos.
Y justamente son números lo que usted jamás se encontrará en una telenovela. Son aburridos, complicados y enemigos del rating, pero al final de todo será lo que nos permitirá medir el horror y el error que fue elegir a la humilde muchacha desvalida con corazón de pueblo y a su heredero para que se encargaran de la fortuna.
Al final nadie espera que la protagonista del culebrón sepa de matemática y economía.
Esa telenovela nadie la quiere ver. No gana elecciones.
No sube cerro.
@TomMonasterios